jueves, 1 de abril de 2010

Viernes Santo

En Jesucristo se une lo humano y lo divino. En cuanto a hombre, su paso por la tierra tenía una misión: el anuncio del Evangelio, que no es sino la comprensión de que el Amor, la Caridad, y el Servicio a los demás son el camino de la historia y de nuestras propias vidas.

Y Cristo, que no comete delito y en todo es Amor, resulta -sin Él querer- ser ofensivo, a su mundo, a la historia y en la actualidad: pues no hay nada peor que creernos buenos, puros, perfectos, y que aparezca con sencillez y auténtica humildad alguien que vale auténticamente más que nosotros.

Cuando decimos y ostentamos obrar con bondad, y alguien lo hace infinitamente más que nosotros y de completo corazón, sólo caben dos opciones: reconocer con humildad que debemos pedir perdón por nuestra soberbia
y empezar o volver a intentar hacer las cosas con la mayor pureza nacida desde el interior, abandonándonos de verdad al Amor o... eliminar a quien con Su Vida deja en evidencia que no somos lo que creemos o aparentamos ser.

Y a Cristo le ocurrió que era mejor para su momento histórico matarlo vergonzántemente, y así eliminar quien con su Ser, Vida y Ejemplo dejaba en evidencia la falsedad de las intenciones y el corazón de sus contemporáneos. Desde entonces y hasta hoy, se le intenta matar persiguiendo a la Iglesia, e intentando una y mil veces hasta prohibir que se vea escrito su nombre o se pueda representar en público su imagen.


Al Jesús de la Historia lo mataron. Al Jesucristo Dios, no.
Y por mucho que se empeñasen en declarar "Dios ha muerto", es imposible matar al Amor.

La imagen de Cristo Muerto es para el Cristiano icono del Amor. Y es el icono por excelencia de la historia de la humanidad tambien. Lo llevamos colgado al pecho, lo colocamos entre las manos de nuestros seres queridos cuando mueren, preside nuestras camas, se coloca en los caminos para protección de los viajeros...

Y es la Muerte de Cristo la garantía de nuestra propia existencia y de que -a pesar de nuestro caminar desigual o a veces manifiesta y hasta perversamente perdido- siempre hay una causa, una alegría para caminar la vida, y un final que no es abismo, sino la permanencia sublime en el Amor.

Por eso, mirar a Cristo en la Cruz es mirar Acto de Amor, donde también podemos ver la capacidad de sufrir que tuvo aquel hombre histórico.
Reflexionar en la Pasión y en la Agonía de Cristo redescubre nuestra propia humanidad.

La contemplación del Cadáver de Cristo nos evoca un silencio profundo que nos conecta con el misterio de la vida y de nuestra propia identidad.

La Ciudad de Linares conserva en uno de sus templos una de las mayores obras de arte de todos los tiempos: La imagen de Jesús Crucificado Muerto, llamado el Cristo de la Penitencia, en la Parroquia de San Francisco de Asís. Hablamos de una obra de arte que declara la fe a la altura del Cristo de Velázquez o el Cristo de la Clemencia de Martínez Montañés y aún no nos hemos dado cuenta.

Tantas veces afanados en medianías, en triunfos efímeros, en conseguir lo que se come la polilla, poco hemos sabido valorar la absoluta belleza de esta imagen, convirtiéndola en un símbolo y una catequesis para la Ciudad, la Iglesia y la Humanidad.

Hecho por Víctor de los Ríos, muestra el cuerpo desplomado de Cristo, clavado a la Cruz, no sólo con toda veracidad histórica y anatómica, reflejando por ejemplo el hinchamiento -por asfixia- de la caja torácica que se producía en ese tipo de muerte, sino que el autor, buscando los rasgos hebreos, acaba la obra a golpe de gubia, consiguiendo una calidez morena en la piel dejando transparentar la madera bajo una veladura de cera, que se hace intensa y blanca en el paño de pureza, y parda en los cabellos y ojos. Conseguía el autor así desvincularse de la tradición secular imaginera consistente en cubrir de yesos finos y pulidos las tallas, para posteriormente encarnar usando pintura al óleo cuyos efectos producen gran verismo, pero que con los cambios de estación, tienden a resquebrajar y desprenderse.

Consiguió toda la grandeza del cuerpo desplomado y sin vida, innovó la técnica, y expresó el silencio y la introspección de la muerte, haciéndolo todo belleza.

Sabía el autor que morir así implicaba que se derramara mucha sangre, pero recordaba la teoría para impresionar: "A mal Cristo, mucha sangre". Y no era la visceralidad lo que necesitaba excitar Víctor de los Ríos.

Para excitar, dialogar, comprender y asimilar la piedad, la penitencia, la muerte y el Amor, basta ir a San Francisco de Asís de Linares, y detenerse ante el Cristo de la Penitencia de Víctor de los Ríos que un día de mediados del siglo XX le encargara Dª Francisca Viñau de López Poveda y su esposo, para ser la imagen protectora de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de esta Ciudad.

No me mueve mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido
ni me mueve el infiero tan temido
para dejar, por eso, de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte

Muéveme, en fin, tu amor de tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera

no me tienes que dar porque te quiera,
porque aunque lo que espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.

Alfonso González Palau.